Se acaba el verano y con él sus efímeros lugares de entrenamiento. A los que nos gusta este negocio se nos pueden olvidar muchas cosas a la hora de hacer la maleta, pero nunca las zapas, gafas, gorra, GPS... en fin, que os voy a contar!
En mi caso, esos lugares han sido la Costa Brava y la cornisa Cantábrica o "lo que viene siendo" mar y montaña.


La segunda parte, mejor si cabe que la primera fue en un pequeño pueblecito cántabro: Selaya. En pleno corazón de los valles pasiegos, cuna del sobao y la quesada, de gentes sencillas, montañas amables, mas vacas que humanos y de una gastronomía sobresaliente... para quedarse toda una vida, la verdad. Aquí los kilómetros ya picaban, aunque la temperatura hacía incluso que me pusiese camiseta (rara vez la uso entre junio y septiembre), unos envidiables 11º-13º de buena mañana.
El río Pisueña se abre paso hacia el mar por un valle de película, así que por su carretera poco transitada iba y venía muchos de los casi 80km de esa semana, aunque en cuanto tenía ocasión me desviaba a una vertiente o a otra buscando (y encontrando) sendas y caminos que eran una declaración de guerra a mis piernas, mientras tanto yo disfrutaba de ese duelo que habitualmente ganaba la montaña. Por suerte, los menús de mediodía de cualquier mesón local siempre ofrecían la combinación perfecta de carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas, minerales, aminoácidos, antioxidantes... en otras palabras: pan de pueblo, cocido montañés, potaje, chuleta de vaca, rabas, arroz con leche, quesada... lo que os decía, para quedarse.
Es la cara B de los viajes, no solo lo pasas en grande con la familia y amigos, también descubres paraísos del running.
Quedan 11 semanas.
VAMOS!!!!
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